Época: Hispania visigoda
Inicio: Año 409
Fin: Año 711

Antecedente:
La población de Hispania



Comentario

La población visigoda representó un número de individuos muy bajo frente a la población hispanorromana. Las cifras, al igual que para ésta, son oscilantes, y se mueven entre los 80.000 y los 200.000 individuos, y en ellas se hallan sumadas tanto la población civil como militar. El problema parte de que estos cálculos numéricos se basan en el número de godos que rompió la línea del limes danubiano y asesinó al emperador Valente en el año 378. Esta mítica fecha marca la conocida victoria de Adrianópolis. Pero ya el número de individuos cifrados en ese momento varía y las fuentes escritas son siempre imprecisas a este respecto. En el momento en que los visigodos consiguen el tratado de instalación en la Gallia en el año 418, su número oscila entre 50.000 y 100.000 personas. Esto representaría una cifra aproximada de 70.000 a 90.000 individuos visigodos en el territorio peninsular hispánico durante el siglo VI, teniendo en cuenta que es muy posible que un cierto número de familias se quedara en el territorio aquitano y sin tomar en consideración aquellos que siguieron habitando en la Narbonense, que siempre formó parte integrante del reino visigodo, tanto tolosano como toledano. Como bien han señalado algunos investigadores, entre ellos C. Sánchez Albornoz, se hace difícil sostener la hipótesis de que la cifra que luchó en la batalla de Adrianópolis siguiese constante hasta la batalla de Vouillé en el año 507, e incluso perdurase hasta la batalla del río Guadalete en el año 711. Este historiador considera más verosímil un número aproximado de 200.000 visigodos, tanto civiles como militares, opinión que también es defendida por J. Orlandis que aboga por el incremento de este número con la estabilidad del reino de Toledo. Por el contrario, R. d'Abadal plantea la posibilidad de que la oligarquía aristocrático-militar en el reino visigodo hispánico estuviese en manos de unas 1.500 familias, es decir entre 7.000 y 10.000 personas. Para dicho investigador el ejército representaría un diez por ciento del total de la población visigoda de la Península, por tanto el número global de visigodos estaría en 100.000 individuos. W. Reinhart creyó posible la existencia, en tiempos de Walia, de aproximadamente 80.000 a 100.000 individuos, número que consideró válido para los primeros asentamientos, aunque es de la opinión de que la penetración fue paulatina y se fue realizando por pequeños grupos a lo largo del siglo V y principios del VI. También E.A. Thompson abordó la problemática de forma general y consideró que la cifra de 100.000 visigodos era aceptable.
Un cálculo numérico realizado rápidamente, teniendo en cuenta el conocimiento actual de los conjuntos cementeriales de carácter rural, las reutilizaciones de las sepulturas, a la vez que la población de las diferentes comunidades urbanas, arroja una cifra -siempre hipotética- de unas 130.000 personas, que corresponde a unas 20.500 familias. Estas cifras son difíciles de analizar pues corresponden a todo el período del establecimiento visigodo en la Península Ibérica y, esencialmente, a finales del siglo V y a todo el siglo VI, puesto que la problemática en el siglo VII debió ser bastante diferente. El posible incremento de la población con la estabilidad del reino de Toledo es un tema que ha de analizarse, aunque siempre teniendo en cuenta toda la problemática generada por la derogación de los matrimonios mixtos, la cada vez más habitual mezcla de población y lo avanzado del proceso de aculturación mutuo, entre visigodos y romanos. Sin embargo, no podemos olvidar que la peste, las epidemias y las enfermedades fueron sucesos continuos durante la época que nos ocupa y que debieron influir de forma radical en los índices de población.

Es muy posible que las primeras fases de los grandes cementerios de la Meseta castellana correspondan efectivamente a las últimas incursiones de finales del siglo V. Estas penetraciones militares permiten creer que vinieron acompañadas de grupos civiles anteriores por tanto a la destrucción del reino visigodo de Tolosa del año 507. A pesar de ello, parece que la verdadera ocupación de la zona central de la Península Ibérica, los territorios situados entre los ríos Duero y Tajo, fueron poblados muy a principios del siglo VI, momento en que empiezan los grandes conjuntos cementeriales con presencia de sepulturas de tradición visigoda -aunque se trata de una serie corta- y que son en realidad el único testimonio palpable de la presencia visigoda en Hispania. Nos referimos a las necrópolis rurales del norte y centro de la Carthaginensis. Destacaremos algunas de ellas como, por ejemplo, la situada más al norte, la de Herrera de Pisuerga (Palencia), y en la región central resaltan Duratón y Castiltierra, en la actual provincia de Segovia. El valle alto del Tajo está poblado por conjuntos más reducidos pero de igual importancia como Villel de Mesa, Palazuelos, Alarilla, Azuqueca y Estables, todos ellos en la actual provincia de Guadalajara. Por último, las necrópolis de Cacera de las Ranas (Aranjuez) y El Carpio de Tajo (Toledo) marcan el límite del poblamiento por el sur. Estos cementerios corresponden, por tanto, a las primeras generaciones de visigodos instalados en la Península y al período de formación e integración del regnum visigothorum hispánico, que no alcanzará su máxima expansión hasta entrado el siglo VII, momento en el cual, como veremos más adelante, se acaba con la presencia militar de las tropas de Justiniano en el sur de la Península, particularmente en las zonas costeras de la Baetica y de la Carthaginensis.

Si bien la descripción somera de estos cementerios circunscribe el primer asentamiento visigodo al área central de la Meseta castellana, tampoco podemos olvidar que existen algunos núcleos funerarios de similares características en otras zonas peninsulares. Nos referimos a las necrópolis situadas en la Baetica tales como Brácana y Marugán (ambas en la provincia de Granada). La interpretación del hallazgo de estos conjuntos debe encaminarse hacia la presencia de importantes tropas militares establecidas en esta región, que estarían acompañadas por grupos civiles. Quizá el resultado de este establecimiento permita entrever alguna conexión con el ambicioso proyecto por parte de Teudis de controlar todos los territorios peninsulares, al cual la aristocracia de la Baetica se opuso firmemente.

Paradójicamente, casi nunca existe una relación de estas necrópolis con un lugar de hábitat, a excepción del conjunto de El Bovalar (Serós, Lérida), donde aparece un grupo cementerial alrededor y dentro de la iglesia, al cual se yuxtapone el poblado dedicado a la explotación agrícola. Lugares de hábitat como la ciudad de Recópolis, construida a fundamentis por Leovigildo en honor de su hijo Recaredo o el poblado fortificado de Puig Rom (Rosas, Gerona), tampoco han dado luz sobre la posible localización de la necrópolis, y por tanto su relación es desconocida.

A pesar de todo ello, no podemos olvidar que toda necrópolis -que es lo más documentado por el momento- se halla asociada a un hábitat -aunque lo desconozcamos- y que está hablándonos, en consecuencia, acerca de una comunidad organizada como grupo jerárquico cuyos lazos de unión son los medios de producción, de lo cual se derivan una serie de connotaciones culturales y económicas. La dispersión de estos conjuntos funerarios del centro de la Meseta se deberá principalmente al proceso de acomodación e integración del pueblo visigodo al romano, a la ya mencionada derogación de la ley de los matrimonios mixtos y a la conversión de la mayoría de la población visigoda al catolicismo. Arqueológicamente estas modificaciones se atestiguan en las inhumaciones por un abandono progresivo de una vestimenta propia visigoda y al mismo tiempo la adopción de una nueva indumentaria y, con ello, unos nuevos objetos de adorno personal. Todos estos factores, unidos a otros que iremos viendo a lo largo de estas páginas, marcarán la total ocupación del territorio hispánico.